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Contos-->Terror profundo -- 15/07/2002 - 23:15 (Oscar Alberto Vázquez) Siga o Autor Destaque este autor Envie Outros Textos
El camino se internaba entre las sierras colindantes. Desde Córdoba se accedía por la carretera del dique, luego del cruce con la ruta 38 que, desde Carlos Paz, se dirigía al norte, y se unía a éste a la altura de Bialet Massé.
Era necesario atravesar la intersección, siempre muy transitada, y comenzar la travesía por la senda de tierra que llevaba al oeste.
Al principio transcurría entre modernos chalets y modestas casitas de fin de semana, con suaves curvas a izquierda y derecha, trepando pendientes y dejándose deslizar en las bajadas. Poco a poco el paisaje se tornaba más agreste y desolado, hasta desaparecer las construcciones, complicándose la circulación por lo más riguroso de la topografía, que obligaba a conducir con mayores precauciones y reducir la velocidad de marcha del vehículo, por las continuas curvas y contra curvas y las cuestas empinadas.
Luego de una subida particularmente difícil, se asomaba un valle, escasamente poblado, con viviendas más precarias que las anteriores.
En los postes que llevaban los cables conductores de energía eléctrica, carteles indicadores informaban que ese camino llevaba a la capilla de San Cayetano de la Sierra.
Circulando en busca de este hito, un poderoso y moderno automóvil, demasiado caro para la zona, con vidrios polarizados, se adelantó velozmente y se perdió en la siguiente curva, dejándonos solo el polvo en suspensión como única huella.
Más adelante, una bifurcación mostraba, inequívocamente, que el vehículo que nos rebasara no se dirigía a la capilla.
La curiosidad pudo más, y decidimos tomar el desvío. Luego de unos minutos de andar, llegamos a una pequeña vereda que bordeaba un arroyo, con un ominoso cartel que intimaba “No Entrar”, y más adelante otro que decía “Camino sin Salida”. ¿Y el auto que iba delante nuestro?. Ningún rastro, como si hubiera desaparecido.
Volvimos atrás para evitar meternos en problemas, por haber hecho caso omiso a los carteles, pero la curiosidad se había incrementado notablemente. ¿Cómo hacer para saber de quién era y qué hacía un auto tan lujoso en esa zona? ¿Porqué el paso estaba cerrado? ¿Dónde se había metido?
Volvimos atrás, hasta el desvío, y continuamos hacia la capilla, nuestro destino original.
Cruzamos el arroyo por un vado, que desbordaba sobre el camino un suave torrente murmurando enojado al pasar sobre él. Una empinada cuesta nos fue llevando montaña arriba, hacia las nubes, hacia la cima, a donde estaba edificada la pequeña capilla.
En una de las curvas nos enfrentamos a la zona donde momentos antes habíamos estado, cuando perdimos el rastro del misterioso vehículo.
Con gran sorpresa visualizamos una gran casona, a un costado de la cual se encontraba estacionado el automóvil en cuestión.
La casa estaba rodeada por una galería con grandes columnas que la circundaban.
Era una mansión imponente, que sobresalía de las demás, humildes chalets de fin de semana, de gran belleza arquitectónica, formando una gran “ele”, de dos pisos, techo a dos aguas, con tejas planas negras, en el que resaltaban varias luceras, de esas con ventanales, que permiten tener una vista en altura. A un costado se observaba una gran piscina y un quincho vidriado. Todo el conjunto estaba profusamente arbolado, y una gran cerca de retama y piedra no permitía ver hacía adentro desde la calle. Solo desde la altura en la que estábamos se facilitaba la vista de la propiedad.
Al llegar a la capilla, preguntamos a los lugareños respecto de los propietarios de tan sorprendente vivienda, que desentonaba con las restantes del lugar. La mayoría de ellos nos miró y nos volvió la espalda sin responder, lo que nos intrigó más aun. Solo uno contestó a nuestro requerimiento.
-- No pregunten. La curiosidad es peligrosa.
Dio media vuelta y se fue, dejándonos todavía más desconcertados.
Al regresar nos detuvimos en la misma altura, para observar mejor la casa.
En eso estábamos cuando notamos que en la galería que rodeaba la mansión, se producía un revuelo de personas que señalaban con sus brazos en nuestra dirección, moviéndose nerviosamente, como dando instrucciones, y cuatro o cinco perros ovejero alemán, muy excitados.
De pronto, un grupo abordó una camioneta todo terreno, cargando algunos perros en la caja y portando lo que parecían armas.
Este vehículo salió de la casa velozmente. En ese momento un intenso miedo nos invadió. Subimos rápidamente a nuestro auto y arrancamos a toda velocidad, perdida toda la compostura, hacia la ruta 38. El terror que nos embargaba hizo que perdiéramos conciencia de toda prudencia. Recorríamos el camino inverso, con desesperación, a los saltos y derrapes, tratando de llegar al cruce, para alejarnos de ese lugar y perdernos en el tránsito. En las partes altas del camino alcanzábamos a visualizar la camioneta, que avanzaba sin contemplaciones hacia nosotros.
De pronto, en esa carrera desesperada, logramos llegar al tan ansiado cruce y entramos en la ruta, entre las frenadas y bocinazos de los otros automovilistas, donde le imprimimos mayor velocidad a nuestro auto, hasta desaparecer en la distancia. Mirando por el espejo retrovisor, vi que la camioneta llegaba a la intersección, frenaba y regresaba lentamente por donde había venido.
Transpirando, temblando aun por el miedo, nos mantuvimos en silencio absoluto, cavilando cada uno en sus propios pensamientos. Recién al llegar a Carlos Paz, detuvimos el auto al costado de una calle desolada y nos miramos, con el rostro desencajado por el profundo terror que nos embargaba por la experiencia vivida.
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