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Contos-->La flor y el sapo -- 30/06/2002 - 17:53 (Oscar Alberto Vázquez) Siga o Autor Destaque este autor Envie Outros Textos
Era una pequeña planta, con una flor muy bella, de color lila y blanco sus pétalos, con su centro dorado como el sol, y unas hojas verdes que todo lo miraban, curiosas. Estaba allí desde hacía mucho, mucho tiempo, condenada por las vicisitudes de la vida a permanecer inmóvil en ese lugar, soportando el insoportable frío o el agobiante calor, los terribles vientos o la inagotable lluvia, como castigo vaya uno a saber porque, pues ésta no había hecho nada para merecerlo. Al contrario, era una alegría mirarla.
Desde mucho tiempo atrás, un sapito la observaba, sin atreverse a acercarse ni hablarle, porque la consideraba demasiado hermosa como para sentirse con el derecho a hacerlo. Éste también sufría el castigo que la vida le había impuesto, y lo soportaba estoicamente, pensando que ese era su único destino.

Pero un día el sapito perdió el miedo y decidió llegarse al lado de la flor.
-- ¿Porqué, siendo tan hermosa, te han condenado al castigo de la inmovilidad? Preguntó, con timidez.
-- No lo sé, respondió la Flor. Nunca le hice mal a nadie, al contrario siempre deseé lo mejor para los demás y ya ves como me pagan.
-- ¿Qué puedo hacer por ti? Dijo el Sapito.
-- Me dijeron, hace tiempo atrás, que si recibía el beso de un sapito, que estuviera enamorado de mí, me convertiría en una hermosa Princesa. ¿Tú me amas lo suficiente como para intentarlo?
-- ¡Por supuesto que sí, desde toda la vida! Contestó el Sapito, absolutamente convencido de lo que sentía por aquella bella Flor.
-- ¡Pues hazlo! ¡Bésame con todas tus fuerzas, Sapito! Te lo pido como un favor especial hacia mí.
Y el Sapito, sin hacerse rogar, y sintiendo que cumplía el sueño de su vida, estampó un enorme beso, de su enorme boca, en la pequeña y delicada boca de la Flor.
En ese momento una nube rosada los envolvió. Cuando la nube se disipó en el lugar donde antes se encontraba la flor había, de pie en toda su belleza, una hermosísima Princesa, de cabellos rubios y ojos verdes, con un largo vestido de encaje, del color de los pétalos de la flor.
Sucedido esto, el Sapito se quedó mirando extasiado a semejante criatura. Y mientras él se recuperaba de su asombro, observó que la Princesa se alejaba caminando lentamente, observándolo todo con la curiosidad de la inocencia.
El pobre sapito se dijo
-- ¿Para qué la besé? Antes no era mía como Flor, pero al menos podía mirarla. Ahora, como Princesa, la perdí para siempre.

Pasaron los días con sus frías y heladas noches, y el sapito fue perdiendo su alegría, dejó de cantar, y se encerró en sí mismo, aislado en su soledad. Sus ojos se volvieron tristes, su piel se fue secando y lastimando, pero él no reaccionaba.
Un día en que, como desde que quedara solo, reposaba a orillas del camino, recordando a su amada flor, vio que por la senda se acercaba la Princesa, mirando entre las matas, buscando algo.
-- No, no me está buscando a mí. Probablemente es algo que olvidó cuando se fue, pensó para sí.
En ese momento la Princesa divisó al sapito, y con mucho dolor observó el estado lastimoso de éste.
-- He vuelto, Sapito. He vuelto a buscarte, y siento un dolor muy grande al verte en ese estado.
-- ¿Porqué una Princesa como tú buscaría a un sapo como yo?
-- Porque desde que era flor y tu me mirabas, sabía que te amaba.
-- ¿Y porqué nunca me lo dijiste? Pregunto el sapito.
-- No sabía como hacerlo. Además, tenía miedo de que me rechazaras, pues tú podías ir a cualquier parte, mientras yo estaba condenada a la inmovilidad, y por eso pensaba que no podrías enamorarte de mí.
Se produjo un silencio entre ambos, mientras el sapito asimilaba lo que acababa de escuchar.
-- Y tú, ¿Qué sientes por mí? Interrogó, con ansiedad la Princesa.
-- Yo te amo. Te amo desde siempre, desde el primer día en que te vi, contestó el sapito con voz muy ronca.
La Princesa se agachó, con amor en los ojos, y con muchísima ternura tomó al sapito entre sus manos, lo levantó hasta sus labios y estampó un amoroso beso, en esa boca horrible.
Se produjo una gran nube celeste, y cuando ésta se disipó, en lugar del feo sapito había un hermoso Príncipe, de cabellos claros y ojos profundos, que miraba a la Princesa sorprendido.
-- Cuando me fui, lo hice totalmente desorientada por lo que había pasado, explicó. Cuando tuve control de mí, comencé a contar lo que me había pasado. En eso estaba cuando una mujer muy anciana, que escuchaba mi relato, me separó del grupo y me dijo que debía corresponderte de la misma forma en que lo habías hecho tú. Pasé varios días tratando de entender el significado de aquellas palabras, hasta que me di cuenta que, en realidad, te amaba desde que tú eras sapo y yo, flor. Y por eso volví. A buscarte y llevarte conmigo, sin saber que tú también te convertirías.
Luego de escuchar atentamente lo dicho por la Princesa, el Príncipe la tomó entre sus brazos y la besó con todo el deseo contenido de años y años, cuando la miraba extasiado, sin atreverse tan siquiera a hablarle.
-- Siempre te amé, solo que era tan feo, y tú tan hermosa, que no me animaba a decírtelo. Pero hoy me has reconciliado con la vida, por lo cual desde ahora la dedicaré solo a ti, dijo el Príncipe.
-- Tú lo hiciste antes que yo, por lo que te ofrendo la mía, respondió la Princesa.
Y desde ese día, compartieron sus vidas, llenos de amor, como lo habían hecho cuando él era sapo y ella, flor.
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