Carta a él, que tal vez no sepa
que es para él.
Casi se me cierra la garganta.
Alergia, debe ser, a entender.
Porque solo no se entiende cuando duele una cosa, si no se quiere.
Entender es como mirar: si uno ve, uno ve. Si no, no se mira. Pero las cosas no mienten.
Las palabras pueden doler como agujas, y los hechos se disfrazan muchas veces, porque colocándose la fantasia de las palabras, no te dejan ver: te ayudan a imaginar.
Entonces uno se va acostumbrando.
Se acostumbra uno a que tal vez no haya amor, a que tal vez “lo nuestro se este acabando”, a que tal vez “no sea bien asi”, a que tal vez “yo esté apasionada pero él no...”
Y uno se acostumbra tanto, que pasa a ver lo que no es.
Pasa a ver que no es posible “que él este y quien sabe yo...”, “que sea exactamente eso, pero no me parezca”, que “lo nuestro no se este acabando- principalmente porque ni ha comenzado- y uno crea que ya se acabó”.
Es como un laberinto de espejos, donde si uno corre, se enloquece, y si se sienta a esperar,
se aburre con uno mismo.
Por eso te pido:
no me lo digas todo.
No me acostumbres a nada.
No me hagas todo lo posible,
ni lo imposible todo,
ni me digas nada sobre como anda lo nuestro.
Porque cuando no pensamos en lo que sentimos
ni lo discutimos
debe ser porque aún
lo sentimos...
Y si me lo dices,
dímelo sin palabras.
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