Aquel día todo parecía diferente. El sol clareaba la calle de una manera extraña, dolía el hormigón en los ojos. Había poca gente que enfrentaba el calor caminando por la vereda mal hecha, y yo me convencía, mirando por la ventana, de que nuestra ciudad estaba parada en el tiempo. La diferencia era que circulaba ningún coche, ni siquiera el camioncito destartalado que vendía huevos todos los domingos.
Anastacia dormía en la baranda, sentada como una bolsa inerte en su sillón de hamaca. Habían unas gallinas que picoteaban cerca de sus pies, parecía que la confundían con una objeto que ahí estaba o con un poste en su quietud.
Yo había parado de escribir y dejé de observar el punto muerto del paisaje y bajé hasta la entrada. Anastacia seguía durmiendo. Las gallinas dispararon cuando escucharon mis pasos en las tablas del piso, y me di cuenta de que el sauce de la entrada del jardín, llorando como siempre, estaba verde exageradamente, estábamos realmente en verano, y el calor prometía aún empeorar.
Muchas horas después que las gallinas habían corrido, Anastácia se había levantado y fue a tomar su mate, siempre trayéndome uno a cada diez minutos, claro, yo aún estaba caminando entre la baranda y mi cuarto, tratando de terminar por lo menos una página de lo que escribía. Pero nada…
Es de noche, la luz mortecina de la calle de tierra para donde se abre nuestra puerta de madera parece un cuento de casi terror o una historia inventada de fantasmas, de esas que nos eriza todos cuando somos chicos, inventada alrededor de una hoguera de vacaciones.
La calle donde queda la casa es solitaria y silenciosa como un domingo feriado.
Y sigo mirando mis hojas en blanco antes de escribirlas, le erro al teclazo, lo vuelvo para atrás, y cuando pienso que todo quedó finalmente bien, vuelvo a leer y me dan ganas de romper la hoja y tirarla, cuando de repente me acuerdo que ya no escribo en “máquina Olivetti”, sino que tengo notebook y que en él es más rápido y resuelvo apenas borrarlo todo. Entonces no borro y empiezo otro texto. A cada rato. No sé lo que me pasa, estoy “desinspirado”, soy un escritor mediocre, me duele pensar porque escribo como la mierda o por lo menos me siento así en este momento. A lo mejor, hasta mañana. consigo recoger un poco de inspiración y me animo a creer que voy a cambiar el mundo. Pero…: no!
Mis vacaciones prometen dejarme letárgico. Este lugar es una quietud infernal. Cómo inventé venirme para acá? Igual me obligué a darme tiempo para pensar. Lo que menos quiero es pensar. Pero realmente no tengo ganas ninguna de usar mis vacaciones para divertirme, eso de divertirse ya fue ultrapasado, aunque me divierta cuando me veo sin salida, como ahora. Mi otro yo me hace adiós y se mata de la risa por la situación que me crié a mi mismo. Anastacia casi no habla, me ofrece comida a cada rato, le debe parecer que paso hambre porque soy flaquísimo.
Bueno, es domingo y descubrí que realizan unas ferias donde se vende de todo, desde comida hasta perros, cerdos y gallinas. Había inclusive una mesa con libros, todos usados y nada muy interesante, pero en fin algo que le dá otra cara a este lugar.
Descubrí porque me lo dijo Anastacia : “hay una ferita a algunas manzanas de aquí…” “por qué no vas?” Unas “manzanas eran en verdad casi dos kilómetros, los hice caminando y no me pasó nada, además de sentir el sol quemándome la frente y los brazos.
De dónde saldría tanta gente? Habían muchos coches estacionados alaorilla de la calle de tierra, y más al medio la feria con sus mesas y sus lugares de ventas, todo mezclado, chiquilines chicos corriendo y comiendo sus chocolates, choclos, mujeres , pelotas y cometas siendo remontadas, y me llamó la atención que entre jaleas y mermeladas embotelladas, quesos que hacen en la región...había una mesa relativamente grande con una cartulina escrita : “manualidades del Insti Vida”...una muchacha muy interesante negociaba las manualidades que vendía, me acerqué y juro que no tenía la mínima idea de lo que era “Insti Vida”. Creo que sé distinguir una persona diferente...aquella chica no era como la mayoría de mis compañeras de trabajo, tal vez parecida en sus ideas, pero al menos la forma de vestirse destonaba de los “taillers” negros con pollera justa y taquitos a que yo me había acostumbrado en mi día a día, a que punto llegaba : una mujer para mi, actualmente, solo podía ser imaginada con esas características de metrópolis agobiante, cuando apareció la figura que vendía artesanías me dolieron los ojos. Y me gustó.
Escribir era al mismo tiempo sofocante y libertador, como siempre.
Pero ahora estaba fuera del periódico, podía escribir lo que se me antojara. Y no se me antojaba nada, pero sentía una necesidad absurda de meterle al teclado.
De nuevo las gallinas casi entraban en la casa. Otra vez y otra vez, Anastacia se sentaba a dormitar en el sillón de hamaca en la baranda y yo arrollaba papeles en mi imaginación, lo que enrealidad me llevaba a borrar , digo deletar, todo lo que escribía.
-”Anastacia… (la desperté)- dígame : a cada cuanto acontece esa feria? Y también : que es aquel galpón enorme que queda antes de llegar al monte de la feria, un galpón con techo de lata enorme, que parece que tiene unos perros adentro, porque ladran cuando uno pasa por la calle..?
Entonces me explicó que nadie sabía exactamente lo que era ese lugar, que habían perros y no debían ser pocos, y que había de vez en cuando un tipo de “kombi” que paraba allí y por lo visto cuidaba de los perros, que descargaban algunas bolsas de cultivos, tal vez...que ella misma nunca había oído que alguien supiera que era o que funcionaba allí.
Entonces pregunté por la chica. (SIGUE)
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