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Contos-->ESPEJO -- 27/08/2005 - 14:10 (Carlos Higgie) Siga o Autor Destaque este autor Envie Outros Textos
ESPEJO
Por Carlos Higgie
www.carloshiggie.com.br
Espejo: (del latín speculum) lámina de cristal azogada, para reflejar objetos.

El objeto soy yo. Treinta y pocos años, un rictus casi imperceptible en los labios, un cansancio que ya no es mío. En el fondo, perdida en los iris castaños, una pequeña lunecita obstinada que no quiere apagarse.
Me ha dicho Guacira que me estoy quedando calvo. Tiene razón. Debajo de mi cabello, otrora abundante y fuerte, crecen unos clarones asustadores y las entradas se hacen cada vez más profundas. Me estoy resignando a ser pelado. En realidad, ya me estoy resignando a todo. Como si mi vida fuera un gigantesco dominó preparado para una reacción en cadena: cae la primera pieza derribando con un movimiento continuo, y en cámara lenta, las otras. Cada sueño que pasa, cada esperanza que se desploma, derriba a la siguiente y así sucesivamente. Éste ha sido un año pródigo en caídas.
Si buscara en el pasado, en el remoto y pulido pretérito, el comienzo del efecto dominó, difícilmente lograría identificarlo. En algunos momentos pienso que fue Mariela el comienzo del fin. Que nuestro prohibido, y por eso furtivo, romance desencadenó una avalancha que sólo terminará cuando termine yo.
No tengo estómago para aguantar a Guacira. No tengo ánimo. Ahora somos casi enemigos: la vida nos lanzó en un ringo, en un cuadrilátero en el cual nos enfrentamos día a día. Pasamos de la pasión a la rutina, casi sin darnos cuenta. Nos odiamos por obligación, nos sangramos, nos mordemos, nos herimos sin piedad. Ella no es culpable de nada, aunque muchas veces le faltó comprensión, no tuvo paciencia. No se interesó por mis sueños, por mis ansias de vencer en aquello que consideraba mi destino.
La tierra desde el infinito no se ve. No existe. Y desde la luna, que está a un pequeño paso, aquí al lado, es sólo una bola azul plateada y nada más. Por esa razón no consigo imaginar la microscópica dimensión de mis problemas. Sé que sumergido en ellos me parecen un océano hostil y tenebroso, prestos a anegarme la conciencia.
Marcela emerge, a menudo, del fondo de mi pasado y se empeña en quebrar la fragilidad de mi estructura. Con ella hacía las locuras sabidas de la juventud. Hasta nos fugamos en una bicicleta, por caminos de arena y piedras, huyendo de la tiranía de sus padres.
Es quizás el recuerdo más loco y más hermoso de mi vida. De madrugada, en un verano memorable, saltamos sobre una bicicleta destartalada y nos lanzamos rumbo al mar, que estaba a más de quinientos quilómetros. No pasaron tres días y la policía nos alcanzó, principalmente porque nos detuvimos mucho tiempo en los arroyos, en los montes, en las plantaciones inmensas, para obsequiarnos con nuestros cuerpos, descubriendo en la inmensidad del campo y de la noche, la pequeñez y el milagro de nuestro placer, de nuestro amor sediento. Marcela emergía de sí misma, transformándose en una mujer, a pesar de su cuerpo de adolescente.
Su padre casi me mató a golpes y ella desapareció por muchos años de mi vida. Después supe que se casó, tuvo hijos e hizo todas las cosas que, cuando éramos jóvenes y apasionados, juramos no hacer.
Guacira sabe poco de esas cosas que poblaron mi juventud, no entiende que por dentro van muchos “yoes” en constante choque, van tantos recuerdos atropellando para ganar un pedazo de conciencia y fijarse para siempre en mi realidad.
Casi no tengo dudas: el efecto dominó comenzó cuando recibí el primer golpe del padre de Marcela, mientras oía plagas e insultos terribles. No sé por cuál confusa razón no me encerraron y me educaron definitivamente para el crimen. Tal vez porque la familia de ella tenía mucho dinero y más influencia, y prefirieron tapar el escándalo y alejar a la muchacha de la ciudad.
Pasé muchos meses, años quizás, ahogado por la pena y por el recuerdo, claro y fuerte, de Marcela deshaciéndose en mis brazos, subyugada, ebria de amor y placer, gimiendo como un animal en celo, cada vez que tocaba el cielo con las manos. Mi madre me rodeaba desesperada, me preparaba comidas especiales, intentaba salvarme para la vida. Mi padre me insultaba y me amenazaba, me maldecía.
Perdí muchos kilos y muchísimas ilusiones. Como si me hubieran vaciado, repentinamente, de mis sentimientos más nobles, de mis ideas más elevadas.
Después no sé bien lo que pasó. Volví a comer, engordé un poco, estudié, trabajé, poco a poco me transformé en un ciudadano normal, totalmente moldeado, caminando por caminos marcados y preestablecidos.
Y un día, Guacira. Otro día, el casamiento. El apartamento, los muebles, el hastío, el miedo creciendo como un hongo siniestro, subiendo como enredadera y adueñándose de mi sangre.
Ahora, a las seis de la mañana, las cosas resultan desconocidas, como emergentes de una realidad paralela, subyacente: toda la casa está recubierta de un silencio adormecido. Fugitiva de un sueño cualquiera subsiste, debajo de la piel, una sensación inequívoca de que todo está fuera de lugar. Las cosas o yo, algo está fuera de lugar.
Las moscas, amorales y sucias, se aman sobre la mesa de la cocina, como en cualquier parte del mundo. Una canilla gotea y me molesta porque su plic-plac golpea en mi alma.
Dejé a Guacira durmiendo y vine hasta el espejo, en la oscuridad, hasta que la luz del amanecer cayó sobre el cuarto de baño e iluminó mis rasgos tristes y gastados.
Me duelen las piernas y me siento tenso, un sudor frío y asqueroso se desliza por mi cuello y se pierde en el cuerpo. Quiero entrar en el espejo, hacerme sujeto. No sé por qué estoy llorando. Es un llanto silencioso y mordido, casi rabioso. Es una canilla abierta regando mi alma, inundando mi vida. Anegándome.
Del espejo a la terraza fue nada más que un instante; de la terraza a la cornisa fue más un segundo. Veo, allá abajo, disminuidas y distantes, las cosas, la calle, los madrugadores. Lloro y me duelen las piernas y quiero saltar para liberarme, flotar un instante, navegar en el aire y hacerme tortilla, hacerme mierda cuando mi cuerpo se estrelle contra el techo de un ómnibus y caiga en el empedrado y otros vehículos se mojen en mi sangre y me lleven calle afuera.
Todo esto parece un tango superado y trágico. Parece que la vida se empeña en imitar las pobres creaciones de los hombres.
Dirán tantas cosas mañana! Que tenía una amante, que debía horrores, que era homosexual y descubrí el virus del Sida en mi organismo. Inventarán cosas, tejerán mil historias fantásticas y nunca sabrán la verdad. En realidad ni y sé por qué voy a saltar, por qué voy a reventar en el asfalto las pocas ilusiones que me restan. Quizás porque ayer, en un barcito de mala muerte vi mi vida en un instante, en los ojos cansados y ebrios de Marcela, Tal vez por verla tan decadente, tan ajena a sí misma, gorda, ajada, desesperada y borracha. Tan vieja como el mundo. Tan vulgar como todos.
No nos hablamos. Nuestras miradas se encontraron y sé que me reconoció. Nos dijimos todo con los ojos, nos reprochamos, nos acusamos y lloramos. Después ella se inclinó hacia un lado y vomitó. Salí del bar abrumado, discutí con Guacira por nada, me acosté temprano y tuve pesadillas. Me desperté asombrado: aún estaba vivo. Devoré el aire con largas y aprensivas aspiradas. Fui hasta el espejo y descubrí que era inútil, que no valía la pena, que en el fondo todo era un tango melodramático y aburrido.
Por eso voy a saltar, sólo para apagar de mis células ese ritmo aburrido y cansador. Sólo para ahogar en sangre esta acidez que me destruye, esta falta de sueños e ilusiones que me corroe.

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