Escuchando el grito silente de las piedras,
callada la tarde en sus miserias dormidas,
el alma se esfuerza y se retuerce, muda
de palabras, con oculta violencia contenida.
La calle esconde, presurosa, su rutina,
una barrera, de espinas sobre espinas,
la noche extiende, cual féretro de muerte,
agrediendo al hombre solo, que camina.
Ocultando una lágrima que, en su rostro
duro, un surco de humedades, fue dejando,
la figura se pierde, se esconde, se desliza,
reaparece esquiva, con el gesto demudado.
Ya no encuentra un camino en su camino,
y no encuentra el consuelo que le calme
el dolor de la herida descubierta, que
siente en el pecho, deseando que se apague.
Quedan tan solas la muerte y su destino,
esperando un descuido, espera en una esquina
la fatiga de una vida, esperando ser vivida,
deja al hombre, cansado, a solas con su vida.
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