Corren y pelean sin ninguna razón definida,
dejaron la infancia, olvidada en sus miserias,
en la calle perdieron hace tiempo la inocencia,
en el duro pavimento, sin futuro, de sus vidas.
El más fuerte se aprovecha del más débil,
imitando, en su ignorancia, a la sociedad,
pues es muy mal visto mostrar debilidad,
en estos grupos, como en el más alto nivel.
Alguien, bien vestido, los califica con dureza.
¡Negros de mierda, deberían estar presos!
Sin preguntarse si es lo que ellos eligieron,
ni conmoverse un instante por su pobreza.
Otro caminante, con indiferencia, los mira,
y al pedido de una insignificante moneda,
como evitando el contagio, se aparta,
aunque ello en nada cambie, los esquiva.
¿Cómo olvidar que no tuvieron elección?
Que la moneda que lleven o no, significa
la diferencia entre comer o el hambre,
pues para ellos no hay otra alternativa.
La humanidad, sin preocuparse, sigue
y pasa a su lado, siguiendo su camino,
sin dedicarles apenas una simple mirada,
ni prestar atención a su lastimoso pedido.
Cada mañana, cada tarde y cada noche,
sobreviven como pueden, como saben,
mientras nadie escucha el doloroso silencio
angustiado, del grito de lo chicos de la calle.
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