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Contos-->Historia de un soñador -- 08/03/2002 - 23:51 (Oscar Alberto Vázquez) Siga o Autor Destaque este autor Envie Outros Textos
Buscando no recuerdo qué cosa, encontré un papel ajado y viejo, de color verde, que inmediatamente me transportó a otra época, otro momento de mi vida. Era un viejo habeas corpus, que un juez había librado para protegerme.

“Hace ya mucho tiempo, al comienzo de la década del ’70, yo tenía pelo largo y barba, escuchaba música, y escribía poesía con mucha pasión. Lamentablemente no tengo nada escrito de esa época, pues lo que escribía lo regalaba.

Un día, tal como ahora, que a los jóvenes les cuesta encontrar trabajo, fui a una repartición pública buscando hacer algo que me permitiera pagarme los estudios. Como siempre sucede en esos lugares, me hicieron dejar el documento de identidad en la Mesa de Entradas.
Cuando salí, desilusionado porque no me daban ninguna oportunidad si no conocía algún funcionario que me presentara, me presenté a retirar el documento que había dejado.
Allí me llevé la primera sorpresa cuando me dijeron que no lo encontraban, que lo más probable es que ya lo habría retirado y que, con lo distraídos que son los jóvenes, seguro no me acordaba.
Hice los trámites que correspondían en estos casos, para obtener un nuevo documento, y di por terminado el tema.
Ese fue el comienzo de las penurias que padecí en los años siguientes.

Como no logré encontrar trabajo, mis padres nos ayudaron, a mi hermano y a mí, a instalar una heladería, para que pudiéramos costearnos los gastos de estudio.
Dos o tres años después comenzaron a llegarme citaciones judiciales por cosas que supuestamente había comprado y no había pagado.
Una tarde estaba trabajando en el negocio, cuando llegó la policía, sin uniformes ni nada que los identificara, buscándome con una orden de detención emitida por un juez, quién a su vez, daba cumplimiento a un oficio librado por otro juez, éste último de Entre Ríos, quién solicitaba se me detuviera y se me trasladara a esa provincia.
Quiero recordarles que estábamos viviendo la época más dura de la represión.
¡Imagínense la preocupación de mi madre, de mi novia, y de toda la familia, cuando me sacaron esposado y me metieron en un auto sin placas ni identificación alguna!
Uno de ellos, quizás con remordimiento de conciencia, se acercó a mi padre y le dijo que me trasladarían a una Seccional del centro, de la cual todos habíamos sentido hablar por la brutalidad demostrada con los detenidos.

Estuve 24 horas incomunicado, donde me golpearon hasta cansarse, por el solo placer de sentirme gritar y verme retorcer de dolor, demostrando verdadera crueldad, pues no me preguntaban nada ni había nada que yo pudiera decirles.
Luego me trasladaron a una celda con dos tipos que habían violado a una menor en un ómnibus de línea, otro que había matado a un amigo por una disputa de borrachos, cuando la cantidad de alcohol ingerida los llevó a desconocerse, y otros más que ya ni recuerdo que habían hecho.
Mi padre contrató abogados y por ellos se enteraron que, alguien con aquel documento supuestamente perdido, y realmente robado en la repartición pública, se hacía pasar por mí, y en ese momento era buscado, por estafas reiteradas y asaltos a mano armada, en 14 provincias por la policía local, y en 3 países por la Interpol. Y por supuesto, todos ellos estaban convencidos que esta persona buscada era yo.
Los abogados libraron una dura batalla judicial para evitar que me trasladaran a Entre Ríos donde, pensaban, pasaría a formar parte de los desaparecidos, y para tratar de sacarme de ese sitio infame.

Durante los días que estuve detenido, le permitieron a mi padre visitarme en unas pocas oportunidades, en el escasísimo tiempo que les otorgaban a las visitas.
Lo veía en una sala, igual a esas que muestran las películas, separados por una reja cubierta, además, por un alambre tejido, donde de un lado está el detenido y del otro el visitante. A través del alambre lo veía como en una fotografía ampliada en exceso, como puntitos que formaban su figura. A pesar de esto, mi padre podía advertir los hematomas y los cortes, aún con sangre seca, que tenía en mi rostro, en mi cuello y en mis manos.
En esos pocos momentos en que hablábamos, le contaba que, cada tanto, mis carceleros me sacaban de mi celda y me llevaban a otra vacía, donde, para divertirse, me golpeaban brutalmente, y me proferían insultos irreproducibles, hasta que ello les parecía aburrido.
Cuando se cansaban me devolvían a la celda, donde mis compañeros, esos delincuentes, asesinos y violadores, me curaban las heridas como podían y me prodigaban cuidados y atenciones, impensables en esas gentes que tenían condenada la vida. Y trataban de infundirme ánimos para que aguantara la próxima tanda de golpes e insultos, y no me quebrara moralmente.
¡Parece increíble que, quienes debían protegerme eran quienes me lastimaban, y aquellos de los que nadie esperaba nada, me curaban y protegían!
Esta situación duró casi una semana y allí, por los golpes recibidos y por toda la injusticia de la que fui objeto, y que apenas logré soportar, desapareció ese muchacho soñador e idealista.

Paradojas de la vida, dos meses después de estos sucesos, quien se hacía pasar por mí, fue detenido en un enfrentamiento con la policía, y declaró absolutamente todo. Incluso declaró sobre la existencia de una banda de delincuentes, organizados para obtener documentos de identidad de personas que tuvieran un parecido con alguno de los integrantes del grupo, con contactos en algunas reparticiones públicas.
El juez me llamó y se disculpó por la confusión, alegando no sé que asuntos legales ni que fallas de la ley, que permitían que estas cosas ocurrieran. Y que para que no volviera a pasarme algo parecido me extendió el habeas corpus.
Pero ya era tarde, pues el soñador e idealista estaba enterrado en lo profundo de mi memoria y de mi corazón.”

Después de recordar todo lo que acabo de contarles, en un instante que fue interminable por lo doloroso del recuerdo, me levanté de un salto, temblando, transpirando. Sumamente alterado, me quedé de pié. Cuando recuperé el control pensé en cuánto tiempo hacía que no disfrutaba de la música, ni soñaba ni escribía nada, y que haberme encontrado con mis recuerdos marcaba un buen momento para recomenzar...
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